Érase una vez un mundo hermoso
Se cree que la modernidad nos llega por medio de las tiendas enormes (dígase centros comerciales), parecidas más congeladores de carnicería, donde comprar no es una necesidad si no un mero instinto compulsivo de consumo, cada pasillo nos llama a comprar cosas inútiles, anaqueles llenos de productos que no nos alegran la vida, pero que simulan hacerlo, las grandes cadenas de comida chatarra, hamburguesas plásticas que nos vende un triste payasito diabólico, que por una extraña razón me recuerda al payaso de la película Eso, pollos alimentados con desechos de otros pollos, y felices frente a su verdugo esperando que les corten brutalmente el pescuezo. Y la modernidad se convierte en una etiqueta, la búsqueda de a felicidad se encuentra en un stand, en una cajita de comida rápida, en un vaso de refresco, en un coche del año que terminará siendo una carcacha cuando lo termine de pagar.
Da tristeza ver a los cientos de simpáticos chilpancingueños, esperando que inauguren un establecimiento de hamburguesas en el zócalo de la capital, pensando ser cool al entrar y pedir un pedazo de carne (es lo que nos hacen creer que es, y al final eso es lo único que importa). Sentado en una banca frente a tal establecimiento no logro descifrar la palabrita: modernidad. Carajo. Me duele la cabeza. Se vuelve tan complejo, se nubla la vista. Dios pasa en patineta, veo pasar unas nalgas torneadas por unos modernos jeans que hacen que se vean tan voluptuosas y modernas como top model o conductora de programa de espectáCulos. Veo al vendedor de burbujitas tratando de vender su jabón y su alambre en forma de lupa, las modernas burbujitas salen paseando por el aire. Veo a la modernidad pendeja del mundo que va complicando más el drama de la vida misma.
Y los modernos regidores decretan como centro histórico, el nada histórico centro de Chilpancingo, donde alguna vez borrachos y de madrugada algunos de los modernos chilpancinguenses hemos orinado, hemos cachondeado y sobre todo ociosos hemos echado la hueva en el ya imprescindible moderno árbol del huevón.
Y observo el moderno edificio de Pioquinto, verde pistache, como cagada de pájaro que ha comido pistaches y le ha aflojado toda su mierda verde. Y veo ahí en la planta baja un moderno y hermosos, y porque no histórico establecimiento de hamburguesas, que conserva de manera esplendida la histórica historia de nuestro pueblito con ínfulas de modernidad. Veo a la gente entrar, mover sus grasoso culos, los miro entrar para tragarse una hamburguesa. Imagino a Morelos sentado en una mesa escribiendo los Sentimientos de la nación, a Guerrero y su padre compartiendo una MacTrío con sus papitas a la francesa, y ahí adentro veo toda la historia de Chilpo, su grandeza de ciudad, su mediocridad encerrada en una cajita feliz.
1 comentario:
Lástima de nosotros, desgraciadamente muchos somos los que a veces rogamos por un Mc trío
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