jueves, 30 de julio de 2009

Tengo el absurdo deseo de verte morir


El mar, escuchaba que decía una mujer sentada a mi lado, a veces parece tan silencioso, tan callado que espanta. El mar, a quién chiangaos se le ocurren esas cosas. El estruendo de las bocinas revienta en mis oídos, me vuelven tan perceptible. Miro a mujer, que carajos me importa el mar. No le digo nada. La observo. Trae puesta una playera blanca con una imagen de Michael Jackson, una corta falda de flores. Porque diablos no la multan, deberían de encerrar a la gente con tan mal gusto. Y todavía con sus chingaderas sobre el mar, que se cree, Gorostiza acaso, que no manche la pinche vieja, que sabe del mar. Ella descubre que la miro, me da una sonrisa, una mentada de sonrisa, con sus dientes sucios, podridos me sonríe, me insulta, me ofende. No logro simular un gesto de asco, que ella traduce como un gesto de deseo, voluptuoso. Se acerca, siento el rose de su pierna gorda, desnuda. Siento una repentina repulsión, un grato deseo de verla morir. Su falda tan corta deja ver una tanguita de color azul, y unos cuantos pelillos negros. Repulsión, sí, eso es lo que siento, me paralizo, me entumo en el asiento. Ella toma mi mano, la aprieta. Siento el sudor asqueroso que escurre por su mano, su pierna, su cuerpo todo esférico, global, inmenso. No puedo moverme. Se acerca, lame mi oreja, siento como penetra su lengua serpentina, rasposa, salamandra húmeda. No logro moverme, aventarla, mentarle la madre. No logro nada. Solamente puedo verla y sentirla. Desde ahí sólo puedo ver el mar que parece tan silencioso, tan callado que da miedo.

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